
Hoy sí que estoy, pero mal. Eso de que el tiempo va curando todo, no debe ser para mí.
Esta mañana, he estado como siempre con Tess, en el parque y me he encontrado con una vecina que quería muchísimo a Luis. La llorera, ya ha sido impresionante.

Ha empezado a recordarme cuando él le contó nuestra historia de amor y cómo le escuchaba ella, con envidia, diciendo: “qué maravilla, yo no sabía que este amor existía”…


Luego, yo le tomaba el pelo diciéndole que ella iba detrás de él (está divorciada) y en casa, los niños y yo nos reíamos, aunque a él no le hacía gracia.

En fin, hemos recordado los buenos momentos que pasamos con los perros y con el “grupón” que hicimos con todos ellos. Es verdad que, al final, por los perros, te haces amigos que jamás pudiste imaginar.
El caso es que me ha dicho que no me cambie de casa, que me quede aquí, que no hay nada decente en Madrid, etc. y después de la llorada que me he pegado, ahora estoy asustada con la casa.

Yo no puedo vivir así… ¡Es un no vivir permanente!

Me ha pasado todo a la vez y todo malo.
¿Es que se terminó mi felicidad para siempre?

Creo que sí. Hay gente dispuesta a ayudarme a ello…

Otros, que me quieren, vamos, que me aman. (Me da vergüenza hasta decirlo, pero es así) de hace tiempo. Y con el tiempo, pues vuelven a surgir.

De verdad, que mi vida es para escribir un libro. Pero un libro increíble, vamos.

¿Por qué me tiene que pasar todo a mí? Sí, me lo pregunto. A estas alturas de mi vida, estoy de vuelta de tantas cosas, que sólo algo enorme y colosal podría hacerme volver a estar viva. Y todos sabemos que eso no existe.

Como dice un amigo mío, me van a pasar cosas que no sabemos.
Eso sí, pero ¿quién dice que sean buenas o suficientes para que sea medianamente feliz? Pues eso.
Sólo me queda vivir por mis hijos, que aún me necesitan, aunque sean unos desagradecidos mil veces y no vean nada de lo que haces por ellos.

Porque si no, no me interesa nada seguir en esta vida ya.

He vivido lo que muchas no han tenido jamás. Y, era tan bonito y tan perfecto, que no podía durar muchos años, está claro.
Sólo él y yo sabemos el tiempo que fue, lo felices que fuimos, lo que nos decíamos cada día…

Porque yo no soy nada cariñosa. Pero él me cambió y me enseñó, que, cuando se quiere a alguien, hay que decírselo. No hay que dar nada por sentado.
En resumidas cuentas, él me volvió mejor persona. Y de eso, sí que estoy orgullosa. Por mucho que haya gente que me haya dado la espalda (y esto lo digo con dolor), sé que soy mil veces mejor que ellas.

No mil. Un millón de veces mejor. Y eso es bueno para mí, para mi alma, que aunque está rota, es un alma buena y no llena de prejuicios y directrices con “lo que hay que hacer en la vida”. Cosas de provincia…
Al menos, me siento libre para decir y hacer lo que me de la gana, porque sé que todo lo que hago, está hecho con bondad, para intentar hacer el bien y no el mal.
De lo “políticamente correcto”, estoy hasta las mismísimas narices. Ya viví muchos años con ello y nunca fui más infeliz en la vida. ¡Nunca! Tuve que fingir que lo era feliz, que es aún mucho peor.

Por eso, ahora, aunque esté sola y se haya ido mi amor, soy libre (cosa que nunca fui antes) para todo. Y eso es mucho. Mira… hasta he dicho algo positivo.

Como seguiréis viendo, hasta aquí, ni una sola palabra de ropa.
Y es que, como os digo, tendría que escribir paralelamente en un libro, todo lo que siento, pero no puedo, ya que se me entremezcla todo y soy incapaz de escribir sobre la moda, sin involucrar mi vida en ella.
Mis marcas preferidas de Comunión: Pikiliki, Petritas, Artesanía de la Torre, Mon Air, Dimelo Hilando, Navascués y La Bubé, entre otras, pretenden ser el hilo conductor de hoy. Para niñas, por supuesto, porque ya sabéis que para niños, sólo me gustan los que van de calle y el marinero clásico de toda la vida.

Todo lo demás, aunque sea lo último en estilismo de la gran Hortensia Maeso, no es mi estilo. No los veo. Por lo menos, a la inmensa mayoría, mientras que da igual que seas guapo o feo, que lo clásico nunca falla.

Dentro de las marcas que he nombrado, las hay “rimbombantes” y más clásicas y sencillas, por las que me decanto siempre.

Lo que pasa, es que es imposible nombrar a “Mon Air”, sin que, al ver sus diseños, se te escape un ¡ohhhh! de admiración. (Al final del post)

Tules bordados, encajes, blondas y miles de tejidos que se entremezclan sin que resulten barrocos ni cursis. Son una auténtica maravilla, para todas las que queráis que vuestra hija sea una princesa en su día más especial.
Tampoco renuncio a nombrar a “Artesanía de la Torre”, magnífica, confeccionada con un esmero exquisito, con detalles que muchas no saben apreciar, pero que están ahí, dándonos una lección de buen gusto y exquisitez.

Sus vestidos son verdaderas obras de arte, sueños hechos realidad. Y mucha variedad, pero todos con el mismo denominador común: buen gusto y exquisitez en los detalles.


Ya sabéis que marcas como “Dimelo Hilando y Petritas” son de mis favoritas. De niñas niñas. Vestidos sencillos llenos de encanto, dulzura y que emboban a cualquiera que los sabe llevar con gracia y con los complementos adecuados.

O “Navascúes”, que ha puesto siempre el listón muy alto para las bodas, y no se queda atrás para las comuniones. Alta costura, sencillez, clase, elegancia y originalidad. Ni más ni menos.

Aún estáis a tiempo todas las que la hacen en octubre. Este año malévolo nos ha cambidado la vida a todos, en mayor o menor medida.

Y siempre está el acierto sobrio y coqueto de “Un Vestido para ti”, en cuyo showroom de Majadahonda, ya dentro de nada, se podrá pedir cita.

¡Qué monas íbamos todas las de
Jesús María, mi colegio, como de monjitas, con el tocado y todo! Donde haya algún uniforme, que equipare a todas y evite comparaciones odiosas, bienvenido sea.

Pero no. Ahora, las madres quieren que todas vayan diferentes y que su hija sea la más bella entre todas, como en el cuento de “La Cenicienta”.
Y a veces pasa que, por querer ésto, las niñas corren el peligro de ir como las hermanastras del mismo cuento. Me explico, ¡no?

Para las que dudáis, ni me lo pensaba: un vestido de piqué sencillo con una gran banda de tul atada por detrás o de plumetti pero similar, con banda en el mismo color o rosa… No hay fallo posible.
El día de mi primera Comunión fue un día especialmente feliz para mí.
No pegué ojo en toda la noche (para qué vamos a variar) y desde las seis de la mañana, ya estaba preparada.

Y eso que (no sé si os lo dije hace tiempo), creía que estaba en pecado.

Pero un pecado grave, que, hasta que no se lo confesé a mis padres muchos años después, lo llevé sobre mi espalda como una cruz.
¡Qué inocencia la de aquellos años!

Resulta, que el día de la Primera Confesión, días antes a la Comunión, yo cantaba sola y me pusieron en un reclinatorio separada de todos los bancos de la Iglesia del colegio.
Y así, mientras, todas mis compañeras iban a confesarse y yo cantaba, no veía el momento de que me tocase ir a mí.

Podía haber ido entre canción y canción, pero la vergüenza me impedía atravesar toda la Iglesia.
No quería que se fijaran en mí y que dijeran: “mira, esa es la niña de tal y tal y es la que canta”. ¡Qué horror!
Recuerdo que mis padres no pudieron ir, porque ese día se casaba mi tío José Luis, hermano de mi madre y fueron unos tíos míos en su lugar.

Así me puede escaquear mejor, porque si llega a estar mi madre… ¡La primera que me confieso!
En fin, tantos malos tragos por tonterías. ¡Qué pecados se pueden tener con siete años!

Pero así era la vida y así nos lo inculcaban en el colegio tan querido…
Ahora lo digo con pena, porque no creo que fuera el mejor colegio del mundo, aunque presumiera de ello. Mejor que nos hubieran hecho más liberales y más autónomas.

Menos mal, que a mí, el carácter no me lo quitaba nadie.
Con el paso de los años, creo que no me hizo bien ese colegio. Pero supongo que ni ese, ni ninguno de los de Burgos de la época.
Aunque, bueno, bueno, había de todo… (no voy a entrar en temas escabrosos).

Como os dije el otro día, tuve una infancia súper feliz y eso, ya, no me lo quita nadie.
Lo malo es que, después, esa educación retrógrada, quedaba patente en nuestra manera de ser, tanto en la adolescencia, como incluso más tarde.
Por eso os digo, que de lo poco que me queda bueno, es mi libertad, conseguida a base de tesón.

Esa, tampoco me la quita nadie ya, aunque ahora mismo, para poco la quiero.
Espero, que con tiempo, paciencia y ayuda, todos los palos tremendos que me ha dado la vida, tengan cura o pueda sobrellevar mi mala suerte sin tanto dolor.
No niego que he sido una privilegiada en miles de cosas.

Sobre todo, en cómo me ha querido la gente, que ha sido “a muerte”.
O me querían o no. Nada de medias tintas. Tanto con mis amigas, como más tarde, mis “posibles amores”, jajaja.

Nunca he gustado un poco a algún chico. Bueno, no sé si a alguno, pero siempre era más que gustar, y aún, a algunos les dura.

No eran “tonteos”. Ellos sufrían y yo me daba cuenta.

No os creáis que disfrutaba, todo lo contrario. Sólo si el chico me gustaba a mí también, pero ahí viene lo del colegio, que antes os decía….
“Vírgenes y puras hasta el matrimonio”.
Darse la mano, parecía hasta pecado. ¡Cuánto me arrepiento ahora de no haber sido más liberal! Pues claro que sí.

Que digo darse la mano, un beso, vamos… Cosas de lo más normales.
Como nos decían los chicos de Jesuitas, éramos las de “Jesús María, el colegio de la tontería”. Y no les faltaba razón, viéndolo ahora mismo. Aunque ellos, por ahí se andaban.


En fin, que ya veis, que, cada día por una cosa, no os explico mucho sobre la moda infantil. Pero es que ni yo, ni el mundo estamos pasando por unas circunstancias normales, así que hoy me sale ésto; mañana, aquello, etc.

Espero que me entendáis y además, que dejéis inmediatamente de leer, si os aburre.

¡Pues faltaría más! Yo estoy totalmente absorta y escribo todo del tirón.
Me gusta pensar que soy como Jo, la segunda hermana de “Mujercitas”, película, que como ya os he dicho más veces, marcó mi vida por completo.

Era la rebelde, la que no se ajustaba a las normas, la insatisfecha con la vida cómoda que podía tener… Y ha sido un poco, tal cual ha sido mi vida, muchos años después.
Seguiré escribiendo, siempre que me queden fuerzas, porque, junto con la música, no hay nada que me guste más. Lo malo es que estoy muy herida para contaros cosas alegres, como solía hacer.
Me paso horas largas llorando y llorando y pensando en que por qué me ha pasado esto en la vida…
Y seguro, que, si alguna vez y de casualidad, vuelvo a ser un poco feliz, algo me lo empañará. Soy negativa, pesimista. Y ahora, sin Luis, me siento que no soy nada.


Sólo pido que mis hijos sean felices y que yo pueda estar un poco en paz.

Bien sea sola, bien sea acompañada por amigos, porque amores ya no espero.
Me hace gracia, porque la gente me dice: “Eva, nunca se sabe, te puedes volver a enamorar”.
A mí, dentro de mi dolor, me hace gracia, porque lo veo casi imposible.

Y si alguna vez pasara (pongamos, por ejemplo), seguro que no saldría bien, no sería correspondida como yo exijo, como yo quiero, como debería ser. Eso, segurísimo.
En fin. La vida, que a veces es una mala compañera de viaje y te deja hundida en lo más profundo. Espero de todo corazón volver a escribir de manera más optimista.
Ahora, no puedo. No voy a dar las gracias a la gente que me está ayudando, porque siempre son los mismos y sería repetirme una y otra vez.
Muchísimas decepciones y algunas muy gordas, pero también recibo cada día, mucho amor. Amor que no pide nada a cambio. Ese es el bueno. Que nunca se os olvide. Si no, no es amor.

Un beso triste, pero de corazón